
Antonio Sánchez Gómez
Edición: 2010 09
Las lavanderas no han desaparecido del todo en el escenario urbano, pero sí se han hecho invisibles. En lejanas quebradas o, mucho más común, en lavaderos comunales aún persiste esta práctica, esa manera inmemorial de ganarse la vida. Trabajo femenino opacado hoy por las lavadoras eléctricas y las ya añejas pozetas, inevitables por necesarias en las viviendas. Ellas, las lavanderas, desaparecieron del paisaje urbano pero, sin duda, todavía están en algunos de los lugares de la ciudad y, sobre todo, en los recuerdos.Igualmente, los ríos de la ciudad se hicieron invisibles. Compañeros de la ciudad y sus habitantes por siglos eran, por supuesto, el lugar de las lavanderas. Corriendo por canales subterráneos y convertidos en alcantarillas, esos acompañantes de la urbe hoy están ausentes del paisaje urbano, sólo que a ellos no los recuerdan, no ocupan lugar en la memoria. La ciudad del acueducto domiciliario y de la electricidad y de los aparatos, que han facilitado la vida, al introducir la tecnología moderna en sus habitaciones, fue la que hizo míticos a los ríos e inverosímiles a las lavanderas. Los saberes asociados a fregar la ropa, el aprovechamiento para ello del sol y del viento; de las aguas y sus trayectos, y las sociabilidades que se construían, se renovaban y se resolvían en las orillas mientras madres e hijos adelantaban sus labores, quedaron apenas como huellas intangibles de una ciudad que apenas se vislumbran entre tanta modernidad.
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